BIENVENIDOS Y BENDICIONES

miércoles, 7 de septiembre de 2011

ESTUDIO BIBLICO




¡Libérese de las deudas!

El juego de herramientas le pareció económico; de hecho tenía un rótulo grande que decía "Promoción". No lo pensó dos veces, simplemente lo tomó del estante y se dirigió a la caja registradora. "Es una oportunidad que no puede desaprovechar". Extendió su tarjeta de crédito con una sonrisa de protagonista de comercial de televisión.

Trascurrió un mes. En un aparador de su garaje está aún con la etiqueta del precio y sin desempacar, el pequeño dispensador de llaves, destornilladores y brocas. No lo ha utilizado; sin embargo ya llegó la primera factura de cobro: "¿Dios mío qué voy a hacer para pagar lo que debo?", se preguntaba una y otra vez, mientras rectifica sumas y restas en una calculadora de bolsillo.

En otro lugar, a kilómetros de allí, Alicia sonríe al dar vueltas—con delicadeza y a la vez admiración--, a un vestido rojo con seda y primorosos encajes que acaba de comprar con la tarjeta de crédito. "Voy a verme como Carolina de Mónaco", piensa, anticipando que será el blanco de las miradas en la fiesta de cumpleaños de su sobrina.

Cuando llenaba el formato de solicitud en el almacén de cadena, razonó que estaba endeudada. Una vocecita, en lo más recóndito de su mente, le repetía: "No te prives de un gusto para ti. Piénsalo, te lo mereces".

El dolor de cabeza vino un mes después con la cuenta de cobro. "¿Qué voy a hacer?", se preguntaba en medio de un ataque de desesperación.

El peligro de las deudas

¿Ha intentado alguna vez preparar pasteles en casa? Bueno, pongámoslo en otros términos: ¿Alguna vez se ha tomado el trabajo de pintar su habitación? En uno y otro causo, aunque trate de evitarlo, terminará untado de masa de harina o de pintura. Es inevitable.

Igual ocurre con las deudas. En una sociedad de consumo con la nuestra, los medios de comunicación nos inundan con mensajes retadores: "Compre ahora y pague después". Los protagonistas de los comerciales lucen sonrisas impostadas, de final de telenovela, vendiéndonos la idea de que "vivir al fiado" está íntimamente ligado a la felicidad, la posición social y económica, y de tener todo con solo extender una tarjeta de crédito.

Pero, ¿qué ocurre con quienes se dejan arrastrar por las deudas? Terminan reportados en las centrales de riesgo como "clientes de cuidado", se les cierran las puertas a nuevos préstamos y, en algunas circunstancias, hasta se ven inmersos en líos judiciales.

Venden su buena imagen por pretender ser felices a costa de las posesiones materiales, olvidando que la Biblia es clara cuando nos enseña que: "Vale más la buena fama que las muchas riquezas, y más que oro y plata, la buena reputación" (Proverbios 22:1, Nueva Versión Internacional).

¿Qué hacer entonces? Ser muy cuidadosos y sensatos en el momento de invertir. Recuerde que los sistemas crediticios terminan convirtiéndose en poderosas rrdes que—si se lo permitimos--, nos atrapan. No olvide jamás que la instrucción de Salomón frente a situaciones que pueden llevarnos a tener problemas: "El prudente ve el peligro y lo evita; el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias" (Proverbios 22:3, Nueva Versión Internacional).

No tome decisiones solo

Aunque las recomendaciones para salir de deudas serán abordadas un poco más adelante, cabe enfatizar aquí que una vez contraemos matrimonio, usted y yo debemos consultar con nuestro cónyuge y—en lo posible--, con toda la familia, cómo, cuándo y en qué invertiremos cada peso o dólar.

Tenga presente que decidir en conjunto nos ayuda a evitar conflictos de pareja posteriores, ya que los temas económicos son uno de los factores de conflicto familiar de acuerdo con los especialistas.

Ahora, ¿a qué se debe esa inclinación a endeudarnos? Hay varias razones. Una de ellas, la presión social y los mensajes con los que diariamente nos inundan los medios de comunicación. Otro hecho es que nos creamos necesidades, muchas imaginarias y en absoluto reales, todo, producto de la influencia de la publicidad.

Personalmente soy reacio a tener auto propio. A raíz de los altos costos del combustible, entre otras razones, prefiero usar el sistema de transporte público de la ciudad. Me puede resultar más económico tomar un taxi que abordar un vehículo particular, aunque he tenido la forma de comprarme uno.

Sin embargo quienes me rodean insisten en que "Usted necesita su propio carro para movilizarse". ¿Me hago entender? Somos usted y yo quienes creamos las necesidades.

Hay que mencionar además que estados emocionales como la depresión, la ansiedad y en ciertas ocasiones, hasta el no tener nada qué hacer, nos tornan vulnerables y proclives a gastar dinero.

Igualmente una niñez llena de privaciones, y la búsqueda de sensaciones novedosas que sólo logran saciar muchas personas cuando logran agotar la impulsividad que despierta estar frente a las vitrinas de un centro comercial. Compran y compran cosas que no requieren.

La sociedad nos enseña a "vivir de lo barato"

¿Sabe usted qué es vivir de lo barato? Es comprar artículos que aparecen con el rótulo de "promoción" y que generalmente no utilizamos pero que nos llevan a gastar más.

El Señor Jesús fue claro respecto del afán de atesorar, bien sea para llenar vacíos personales, para aparentar ante los demás solvencia o simplemente por ambición: "¡Tengan cuidado! —advirtió a la gente—. Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes."(Lucas 12:15, Nueva Versión Internacional)

La publicidad con la que inundan los medios masivos de comunicación nos presiona a "vivir de lo barato". Por ese motivo, apenas vemos un producto o servicio con el rótulo de "económico", queremos adquirirlo, sin medir siquiera las consecuencias. ¡Tremendo error!.

Comprar lo "barato" nos condena a gastos inesperados y, generalmente, a acumular cosas inútiles que no sabemos dónde poner luego. Nos convertimos en hábiles cazadores de "promociones". Si todavía no está convencido, haga el sencillo ejercicio de sumar todo lo que ha invertido en el último año en cachivaches que ofrecían en los outles y que hoy no utiliza para nada; si lo hace, es muy esporádicamente. ¿No le parece que invertir ese dinero pudo ser más provechoso pero en otra cosa?; Sin embargo se dejó engañar por el encanto de las "promociones" y sacó la tarjeta de crédito.

Si compara el valor real de ese artículo "barato" en períodos de venta normales, con lo que cuesta en el momento en que se lo ofrecen de "oportunidad", descubrirá que el ahorro es mínimo, quizá de centavos. Jamás olvide que debemos vivir con lo que realmente tenemos y no con lo que ni siquiera nos hemos ganado. Recuerde lo que enseña la Biblia: "Los ricos son los amos de los pobres; los deudores son esclavos de sus acreedores" (Proverbios 22:7, Nueva Versión Internacional).

Someta las finanzas en manos de Dios

Todo plan y proyecto que emprendemos, debe ser sometido en manos de Dios (Cf. Salmo 37:5). Tenga presente que Él es la fuente de nuestros bienes materiales y bendiciones, como enseñan las Escrituras: "La bendición del Señor trae riquezas, y nada se gana con preocuparse" (Nueva Versión Internacional).

Lo primero que debe hacer—en consecuencia—es orar al Señor en procura de dirección; un segundo paso para vencer la compulsión de comprar, es esperar por lo menos tres días antes de comprar ese artículo del que se "enamoró" a primera vista cuando lo vio en una vitrina y que considera "es lo que estaba buscando hace mucho tiempo". Tres días son un tiempo prudencial para pensar si realmente necesitamos ese producto o servicio que nos ofrecen "muy barato".

Evalúe constantemente cuánto gana, cuánto gasta y, por supuesto, cuánto debe. Una vez haga ese balance, si se sintiera tentado a comprar algo, formúlese dos preguntas: ¿Realmente necesito este artículo o servicio?, y la segunda: ¿Qué tan útil me puede resultar?

Si decide adquirirlo, asuma la costumbre de llevar un registro de toda compra; así tomará conciencia de cuánto gasta semanal y mensualmente.