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miércoles, 7 de septiembre de 2011

ESTUDIO BIBLICO




La carga destructiva detrás de las maldiciones


Ni él mismo se explica como ocurrió. Una mañana que se convirtió en un martirio contra su vida. La conciencia no lo deja tranquilo. Sus padres estaban discutiendo. Una acalorada diferencia por una trivialidad. El muchacho apagó el televisor y se fue a la cocina.

--Dejen de discutir…---trató de conciliar.

--Vete de aquí…--le dijo su madre, procurando encontrar un término ofensivo en la cadena de palabras que estaba utilizando contra su cónyuge--. Vete, Raúl; es asunto de tu padre y mío—continuó.

Se alejó, pero a pocos pasos comprobó que la gresca iba aumentando de tono. Se acercó nuevamente pero esta vez las imágenes eran diferentes: el padre tenía cogida de un brazo a su progenitora. Lo gobernó la rabia y, en cuestión de segundos, rememoró todo lo malo que le había hecho desde su lejana infancia. Lo empujó y con fuerza, lo maldijo. Horas después estaba caminando las calles del barrio, visiblemente preocupado por el incidente, y lamentando que no pudiera retroceder el tiempo.

En otro lugar, a kilómetros de allí, Alejandro estaba junto a la cama de su progenitor. El hospital estaba convertido en un verdadero caos. Médicos, enfermeras y empleados que iban de un lugar a otro. Y él estaba allí. En lo más profundo de su corazón no sentía dolor ni tristeza por lo que estaba ocurriendo. Es más, se diría que lo embargaba la felicidad.

En la soledad de su apartamento había maldecido una y otra vez al hombre que yacía moribundo. Sus palabras, dominadas por el resentimiento, expresaban su más profundo deseo de venganza.

--Perdóname—le dijo el anciano, con voz entre cortada--. Se que fallé muchas veces...--unos segundos de vacilación que parecieron eternos--: Perdóname. No quiero irme sin tu perdón...--

Gruesas lágrimas surcaron el rostro del joven, pero simplemente movió la cabeza. Era su forma de decirle que no podía perdonarle, al menos, no ahora.

Tiempo después me diría que sentía tristeza, dolor y desasosiego: "Maldecir a mi padre y no perdonarlo, se convirtieron en un motivo de angustia que me sigue a todas partes como una sombra".

¿Qué hay de maldecir a los padres cuando encontramos en esas palabras una vía de escape a la ira y resentimiento que nos domina? Le invito para que hagamos un análisis de un aspecto que resultará edificante para su vida, al tiempo que descubrirá de qué manera Satanás y sus huestes—que bombardean los pensamientos de las personas—siembran maldad y destrucción a traves de las palabras y las maldiciones.

Ponga freno a lo que dice

En momentos de rabia o tal vez como consecuencia de un estado de ánimo motivado por la desilusión hacia alguien o algo en particular, es probable proferir palabras que tienen una carga de destrucción al tiempo que abre heridas en el corazón de las personas.

Por ese motivo resulta importante poner freno a cuanto decimos. A éste aspecto se refiere el autor sagrado cuando escribió: "En la lengua hay poder de vida y muerte; quienes la aman comerán de su fruto."(Proverbios 18:21, Nueva Versión Internacional)

Ahora, ¿qué carga encierran las maldiciones? Le invito para que consideremos este concepto desde los idiomas originales de la Biblia, el hebreo y el griego:

Si buscamos una aproximación a la forma como se vierte Maldecir del hebreo al español, debemos remitirnos al verbo qalal , que es un vocablo muy amplio y literalmente se refiere a alguien o algo a lo que se considera "Insignificante, disminuido, sin valor". Aparece en 82 ocasiones en el Antiguo Testamento. Con frecuencia se asocia el término a "tratar sin respeto", que es el concepto que hallamos en Éxodo 21:17: "Igualmente el que maldijere (trate sin respeto) a su padre o a su madre, morirá." Observe que la lapidación o muerte bajo apedreamiento, era el castigo a quien profiriera palabras hirientes, desobligantes y de condenación hacia sus progenitores.

¿Por qué revestía trascendencia el maldecir? Porque generalmente era una acción de la que se valían los paganos, intentando un poder especial para deshacerse de sus enemigos, como cuando Balac procuró a Balaam (Cf. Número 22:6).

Cuando nos vamos al Nuevo Testamento, las connotaciones constituyen un abanico mucho más amplio. ¿La razón? Hay seis verbos, cuatro nombres y dos adjetivos. En cada caso hay una acepción particular respecto a lo que significa maldecir.

Por ejemplo, en el griego maldecir atanathematizok denota pronunciar mal contra alguien (Cf. Mateo 26:74) Muy cercano al significado del griego kataraomai que encierra orar en contra de alguien o algo, buscando que reciba el mal (Cf. Mateo 25:41; Marcos 11:21; Lucas 6:28; Romanos 12:14 y Santiago 3:9).

Ahora, si nos vamos a los nombres, hallamos una acepción relacionada con "Pronunciar algo con mal propósito contra alguien o algo", en el vocablo griego katara. Y, finalmente, como adjetivo, hallamos que el más específico es el término epikataratos que se vierte específicamente al español como maldito. Un ejemplo lo hallamos en Juan 7:49 y Gálatas 3:10, 13.

Por donde quiera que se le mire, cuando maldecimos a alguien, estamos siendo ofensivos no solo contra una persona sino contra Dios mismo, al tiempo que no podemos desconocer que una palabra de maldición busca el mal contra alguien o algo. No es un asunto intrascendente, sino por el contrario, grave. Recuerde que la Biblia enseña: "Así la maldición nunca vendrá sin causa." (Proverbios 26.2)

Cuando decimos algo, sobre el convencimiento de que nuestras palabras edifican o destruyen, es necesario tomar conciencia del mal que podemos causar.

Odio hacia los padres y maldiciones

Una noticia que sorprendió a Santiago de Cali ocurrió en el famoso Distrito de Aguablanca. Un sector de gente dinámica y trabajadora...

Embargado por la ira, un joven produjo la muerte a su padre. Un hecho doloroso. En medio de juramentos y maldiciones en contra de la víctima, el hombre fue conducido a la delegación policial. Días después confesó a las autoridades que obró motivado por el resentimiento que lo dominaba desde la infancia. "Mi padre me daba mal trato", relató.

¿Qué dice la Biblia en cuanto a las maldiciones y más: cuando esas palabras se pronuncian contra los progenitores? El rey Salomón enseñó: "Al que maldiga a su padre y a su madre, su lámpara se le apagará en la más densa oscuridad." (Proverbios 20:20, Nueva Versión Internacional).

Proferir maldiciones contra nuestros padres, se revierte en maldiciones para nuestra vida, como lo enseña la Palabra de Dios; pero adicionalmente, maldecir a las demás personas es un instrumento que aprovechan Satanás y sus huestes—sembrando nuestros pensamientos de maldad, si se lo permitimos—para causar daño a las personas. No podemos convertirnos en instrumentos de mal. Nuestros labios deben expresar bendición, no maldición.

Respecto a los mayores, en este caso los progenitores, las Escrituras enseñan que les debemos respeto y honra: "Ponte de pie en presencia de los mayores. Respeta a los ancianos. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor." (Levítico 19:32, Nueva Versión Internacional).

Es probable que recuerde haber maldecido a seres queridos, a sus padres entre ellos. Hoy es el día para arrepentirse delante de Dios y resarcir el daño que hicimos. Tenga en cuenta que no podemos proclamarnos cristianos, cuando nuestros labios dicen y desean lo malo hacia los demás.

El salmista escribió al abordar la incoherencia de adorar a Dios pero maldecir a los demás: "Solamente consultan para arrojarle de su grandeza. Aman la mentira; Con su boca bendicen, pero maldicen en su corazón." (Salmo 62:4).

Revisemos nuestras expresiones. Tal como dice el apóstol Pablo, no podemos abrir espacio para que nuestro Adversario el diablo se aproveche: "Si se enojan, no pequen.» No dejen que el sol se ponga estando aún enojados,27 ni den cabida al diablo."(Efesios 4:26-28, Nueva Versión Internacional) Es necesario mantenernos alerta, incluso con aquello que decimos en momentos cuando estamos airados.

¿Y qué si nosotros somos el blanco de las maldiciones?

Ahora, miremos el otro lado de la moneda. Posiblemente usted no es quien profiere maldiciones sino que quizá sus padres u otras personas le han maldecido. ¿Qué hacer en tales casos?

Vamos de nuevo a las Escrituras y escuchemos, qué dice al respecto nuestro amado Salvador Jesucristo: "Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos." (Mateo 5:43-35).

La solución, como podrá apreciar, no estriba en pagar con la misma moneda. El Señor Jesús plantea cinco aspectos que nos recomienda poner en práctica:

1. Amar a quienes nos causan daño.

2. Bendecirles, si nos están maldiciendo aquellos que no nos quieren.

3. Hacerles el bien, aun cuando ellos procuren nuestro mal.

4. Orar por quienes utilizan la maldición como arma para causarnos daño.

5. Mirarlos con la misma misericordia que los ve nuestro Dios y Padre.

El bien contrarresta la fuerza del mal. Es un principio universal en el que coinciden la mayoría de las filosofías y religiones del mundo. Los cristianos, que no militamos en una religión sino en el camino de Salvación, nos identificamos con esta enseñanza de nuestro Redentor.

Observe que en sus instrucciones aprendemos algo trascendental: el poder de las maldiciones en contra nuestra pareciera que caen a tierra cuando expresamos amor y bendición a las personas que desean nuestro mal.

¡Sorprendente! Sin embargo, Jesús vivenció lo que nos enseñó de tal manera que en la cruz pedía perdón para aquellos que estaban inflingiéndole la tortura de morir en esas condiciones.

El apóstol Pablo aplicó en su ministerio este principio de poder: "Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos." (1 Corintios 4:12).

¿Lo han tornado blanco de maldiciones? Pida por aquellas personas, antes que reaccionar airadamente o desearles algo peor. Es una enseñanza poderosa de nuestro Salvador, que pone freno al propósito de Satanás de causar daño a través de maldecir.

No permita que el enemigo siga ganando terreno. En adelante, si está bajo el influjo de la rabia, no se deje arrastrar por ese sentimiento de conflicto interno sino, permita que Dios traiga paz a su ser.

Ahora, si maldijo a sus padres o alguien más, pídale perdón a Dios y comience a declarar bendiciones sobre esas personas.

Es tiempo de cambio, y con el poder de Jesucristo vamos a lograrlo.

Rinda su vida a Jesucristo

Quizá en algún momento abrió puertas al mundo de las tinieblas a través de las maldiciones. Rompa esa atadura. Gracias a la obra del Señor Jesucristo es posible hacerlo.

Dígale en oración, allí donde se encuentra: "Señor Jesús, reconozco que he pecado. Mi maldad me llevó a maldecir a mis padres u otras personas. Estoy arrepentido y te pido perdón. En Tu presencia, amado Señor, renuncio y rechazo toda relación, pacto y atadura con Satanás y sus huestes y declaro que tú eres—Señor Jesucristo—mi Señor y Salvador desde hoy y para siempre. Te recibo en el corazón. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén".

Si hizo esta oración, lo felicito. Es el mejor paso que pudo haber dado jamás. Tengo ahora tres recomendaciones para usted:

1. Haga de la oración un principio de vida diaria. Orar es hablar con Dios.

2. Lea la Biblia. Es un libro maravilloso en el que aprenderá principios que le ayudarán en el crecimiento personal y espiritual.

3. Comience a congregarse en una iglesia cristiana.