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miércoles, 7 de septiembre de 2011

ESTUDIO BIBLICO




Rompa el poder de las maldiciones en su vida
Euforia. Una palabra pequeña que describe cómo se sentían en aquél momento. El sol canicular se proyectaba sobre las ruinas de Jericó. Miles de bloques de piedra desperdigados. Algunos focos de humo emergían en la distancia. Lenguas de fuego consumiendo aquí y allá, en lo que otrora fuera una majestuosa metrópoli que se erigía sobre el enorme valle del Jordán.

Atrás quedaban siente días ininterrumpidos de dar vueltas alrededor de la urbe, en clamor y orden de batalla. Marchaban desde cuando despuntaba el alba, con un sol perezoso en la distancia, como el niño que ha dormido plácidamente y no quiere despertar a la realidad.

--Esta tierra es ahora nuestra--, le dijo uno de los israelitas a su compañero, con la emoción destellando en los ojos--. Tierra que fluye leche y miel, como prometió Dios--.

--Sí, Dios fue fiel a sus promesas--, respondió aquél con la sonrisa que dibujan en su rostro los triunfadores después de una prolongada y cruenta batalla.

Josué se abría paso en medio de los escombros. Grandes gotas de sudor perlaban su frente y se perdían en la espesa barba. El polvo se adhería a su piel, haciéndose lodo con la humedad. ¡Habían logrado lo imposible, con el poder de Dios!

Las puertas estaban derribadas. Las exultaciones de gozo no se dejaban esperar.

--Aquí están Rahab y su familia—le dijo uno de los guerreros, mostrando a las personas, sudorosas y aún con visible angustia reflejada en el semblante--. Tampoco hemos perdido sus propiedades. Hombres nuestros las están recogiendo--.

--Bien, pongámoslos a salvo; procuren que sea fuera del campamento. Ya me ocuparé del asunto—ordenó Josué. Luego, dirigiéndose a todos, gritó:--Ahora salgan, es hora de incendiar lo que queda. No traigan nada consigo--.

Se apresuraron a traer los objetos de plata, oro, hierro y bronce, mientras que el fuego comenzaba a devorarlo todo. Sólo entonces, dieron la retirada.

--¡Maldito sea en la presencia del Señor el que se atreva a reconstruir esta ciudad!—declaró Josué-- Que eche los cimientos a costa de la vida de su hijo mayor. Que ponga las puertas a costa de la vida de su hijo menor.-- (Cf. Josué 6:26, Nueva Versión Internacional)

Quienes oyeron la maldición, jamás imaginaron que se cumpliría 500 años después durante uno de los reyes más malvados de la historia de Israel: Acab.

¿Son reales las maldiciones?

Muchísimas personas desestiman el poder que tienen las palabras y en particular, la enorme influencia que ejercen las maldiciones en las dimensiones física y espiritual. Sin embargo, aun cuando traten de minimizar el impacto que tiene cuanto decimos, el rey Salomón escribió: "Del fruto de la boca del hombre se llenará su vientre; se saciará del producto de sus labios. La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos" (Proverbios 18:20, 21, Reina Valera 1960).

Un ejemplo claro lo hallamos en la maldición proferida por Josué respecto a quien reconstruyera Jericó. Cinco siglos después se hizo realidad, como lo enseñan las Escrituras: "Durante el reinado de Ahab, un hombre de la ciudad de Betel que se llamaba Hiel, reconstruyó la ciudad de Jericó. Cuando comenzó a reconstruirla murió su hijo mayor llamado Abiram. Su hijo menor, llamado Segub, murió cuando puso los portones de la ciudad. Esto sucedió porque Dios había dicho, por medio de Josué, que morirían los hijos del hombre que reconstruyera Jericó" (1 Reyes 16:34. Traducción en Lenguaje Actual).

Resulta sorprendente que por mucho tiempo la maldición permaneciera latente, y llegara el momento de materializarse, sin importar cuánto tiempo hubiese transcurrido. Cuando son maldiciones proferidas por el hombre o auto impuestas, se convierten en instrumentos de Satanás para causarnos daño.

En los pueblos de la antigüedad la maldición—escrita o pronunciada-- fue utilizada como medio para dominar a otros pueblos a través del miedo.

En la historia se han registrado casos de palabras pronunciadas para provocar maldad, que se evidenciaron en hechos inexplicables. Uno de ellos, la del místico Rasputìn a quien se atribuye, maldijo la dinastía de Nicolás II. Desde ese momento se produjeron raras coincidencias en la sucesión del zar. La caída de su gobierno monárquico no tardó en producirse.

Cuando era martirizado ante una multitud curiosa y despiadada Inglaterra, en agosto de 1305, el líder independentista William Wallace elevó una maldición contra Eduardo I. Afirmó que sus acabarían destronados por falta de heredero y que pagaría la injusticia de que era objeto, en la vida de su hijo Eduardo II. La proclama se cumplió cuando el heredero del trono fue ejecutado en el castillo Berkeley. Posteriormente esa estirpe se fue desmoronando hasta perderse en las brumas del tiempo, sin mayor significación.

¿Coincidencia? Es probable. O tal se abre puertas al tema de análisis hoy acerca de las maldiciones y su maléfica influencia en las dimensiones física y espiritual

Y en la modernidad…

Recientemente los medios de comunicación publicaron en primera página la noticia sobre las maldiciones y hechizos de un brujo europeo contra la vida del jugador portugués, Cristiano Ronaldo. El hechicero habría sido contratado por una mujer despechada en contra del futbolista del Real Madrid, con el ánimo de poner tropiezos a su carrera, hasta echarla por tierra. Por el trabajo habría cobrado 15 mil euros.

Pese a los anuncios, no se cumplió ninguno de los augurios. No obstante, millares de personas en todo el mundo seguían paso a paso la historia del jugador, con curiosidad e incluso el convencimiento de que la maldición se haría realidad.

Surge entonces varias preguntas: ¿Son reales las maldiciones y ejercen poder en las personas? ¿Quiénes profieren maldición? ¿Qué clases de maldiciones se conocen con fundamento en los registros de la Biblia?, y finalmente, ¿Se pueden romper las maldiciones?

Raíces griega y hebrea

El Antiguo Testamento registra en 82 ocasiones el verbo maldecir (Heb. Talal), que traduce «Ser insignificante, liviano, ligero, veloz; maldecir» y tiene tanto en el antiguo hebreo ugarítico como en el acádico, connotaciones altamente negativas.

Los pueblos paganos de la antigüedad acudían al poder de la «maldición» para deshacerse de sus enemigos, como cuando Balac convocó a Balaam con el encargo: "Ven y maldíceme a este pueblo" (Números 22:6). Por su parte, los Israelitas usaban en sus ceremonias «…el agua amarga que acarrea maldición» (Nùmeros 5:18 ss.).

En el Nuevo Testamento encontramos seis verbos en griego para definir la maldición. El primero, anathematizo, que está relacionado con declarar anatema algo o a alguien, es decir, para la destrucción; el segundo, ozkatanathemati, que define una maldición en el sentido extensivo de la palabra (Cf. Mateo 26:74); el tercero, katathematizo, con una aplicación similar y el cuarto kataraomai que denota orar en contra de alguien para desearle mal; el quinto, kakologeo, estrechamente ligado a hablar mal de los progenitores sin necesariamente procurar su mal, y el sexto, loidoreo, que se traduce como ser injuriado o recibir expresiones en contra.

Clases de maldiciones

Una vez conocemos los vocablos en torno a las maldiciones y su presencia a lo largo de la historia de la humanidad, cabe entonces que resaltemos tres clases de maldiciones con poder en los mundos físico y espiritual:

1. Maldiciones provenientes de Dios

2. Maldiciones elevadas por el hombre

3. Maldiciones auto impuestas

De acuerdo con lo que enseña la Palabra, las maldiciones trascienden en el tiempo y no tienen limitaciones geográficas ni de personas, salvo en aquellos que están cubiertos por el poder de Dios (Cf. Salmo 91:1,2), tras romper con la influencia que tales palabras pudieron ejercer en su existencia, generalmente producto del pecado o por sucesión generacional.

1. Maldiciones provenientes de Dios

La primera causa de las maldiciones sobre nuestra vida y propiedades, es ceder al pecado en sus diferentes manifestaciones. Dejar de lado al Señor y sus preceptos al permitirnos que nos arrastren Satanás y sus obras, desata terribles y lamentables consecuencias.

La Palabra nos enseña que producto del pecado y desobediencia de Adán, atrajo sobre sí la maldición de Dios: "Ahora por tu culpa la tierra estará bajo maldición, pues le hiciste caso a tu esposa y comiste del árbol del que te prohibí comer. Por eso mientras tengas vida, te costará mucho trabajo obtener de la tierra tu alimento" (Génesis 6:13, Traducción en Lenguaje Actual)

Cuando estaban a las puertas de entrar a la tierra prometida, Dios advirtió a los israelitas sobre las maldiciones que vendrían sobre su vida al desconocer sus mandatos: "El Señor enviará contra ti maldición, confusión y fracaso en toda la obra de tus manos, hasta que en un abrir y cerrar de ojos quedes arruinado y exterminado por tu mala conducta y por haberme abandonado" (Deuteronomio 28:29. Nueva Versión Internacional).

Pero hilemos más delgado en este asunto. De acuerdo con las instrucciones impartidas a los israelitas "Si realmente escuchas al Señor tu Dios, y cumples fielmente todos estos mandamientos que hoy te ordeno, el Señor tu Dios te pondrá por encima de todas las naciones de la tierra. Si obedeces al Señor tu Dios, todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te acompañarán siempre" (Deuteronomio 28:1, 2. Nueva Versión Internacional).

Las bendiciones por la fidelidad al Señor se veían reflejadas en prosperidad a planes y proyectos, en la economía, abundancia, armonía familiar, victoria sobre los enemigos, afianzamiento como pueblo escogido de Dios (Deuteronomio 28:1-14). Pero en cambio, a quienes desobedecieran, se les vendría encima el fracaso, la derrota, escasez económica, esterilidad, pérdidas de cosechas, crisis a nivel de familia, enfermedades, no serían escuchadas sus oraciones, los descendientes enfrentarían demencia, sería víctima de la opresión y el robo, entre otras (Cf. Deuteronomio 28:15-44). ¿No le suena muy similar a lo que le ocurre a tantas personas que están distantes del Padre celestial hoy?

Nuestro Supremo Hacedor fue claro al advertir que: "Todas estas maldiciones caerán sobre ti. Te perseguirán y te alcanzarán hasta destruirte, porque desobedeciste al Señor tu Dios y no cumpliste sus mandamientos y preceptos. Ellos serán señal y advertencia permanente para ti y para tus descendientes, pues no serviste al Señor tu Dios con gozo y alegría cuando tenías de todo en abundancia" (Deuteronomio 28:45-47, Nueva Versión Internacional).

A lo largo de la historia de Israel, vemos cumplidos tales anuncios. Apenas se apartaban de Dios, entraban en crisis; se volvían a Él, y el panorama se despejaba y retornaban de nuevo los buenos tiempos. Lo que resulta aún preocupante, es que las maldiciones como tal, se prolongaban a la descendencia, fenómeno espiritual que aún se aprecia. Muchísimas personas enfrentan las secuelas de maldiciones generacionales, como usted mismo habrá podido comprobar.

Cierta persona a quien conocí, fue diagnosticada con una penosa enfermedad, de la cual sus antepasados habían muerto. Al auscultar su caso, descubrimos que todos habían enfrentado el común denominador de aquél mal. Incluso, todo comenzaba desde su tatarabuelo quien había practicado la brujería en el pacífico colombiano. La única forma de que fuera libre, fue llevándola a renunciar a esa atadura generacional, arrepentirse por el pecado cometido por sus ascendientes y declarar que Dios era el centro de su vida, su sanador y redentor. La enfermedad fue sanada y en adelante, ni sus hijos ni sus nietos han tenido siquiera vestigios de la enfermedad, considerada por la ciencia como incurable.

Sin duda resulta inexplicable para nuestra mente finita, pero no en las leyes que operan en el reino de Dios, porque al fin y al cabo declaran las Escrituras que: "Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a nosotros y a nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las palabras de esta ley" (Deuteronomio 29:29, Nueva Versión Internacional).

2. Maldiciones elevadas por el hombre

El ejemplo relatado en la introducción al Estudio Bíblico, sobre la proclamación de Josué a quien reconstruyera a Jericó y que se reflejó en la muerte de los descendientes de quien 500 años después se dispuso a reedificar la ciudad, es el más apropiado para ilustrar la incidencia de las maldiciones sobre las personas.

Nuestro amado Señor Jesús mismo elevó una maldición sobre "algo", en este caso una higuera, y se cumplió: "Por la mañana, volviendo a la ciudad, tuvo hambre. Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera" (Mateo 21:17-19, Reina Valera 1960).

Insisto en algo que considero fundamental, y es medir cuidadosamente el alcance de lo que decimos. La Biblia es clara al enseñarnos que con las palabras podemos edificar o destruir, y que tácitamente lo que proclamamos tiene poder: "De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así."(Santiago 3:10, Reina Valera 1960)

Pero también el apóstol Pedro es enfático al señalar: "Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición" (1 Pedro 3:8-10, Reina Valera 1960).

En el contexto entendemos que maldecir tiene implícitos perjuicios no solo para el prójimo sino contra nosotros mismos.

3. Maldiciones auto impuestas

Pedro es alguien que logró vencer el fracaso. Siempre repetía: "No sirvo para nada", "Todo me sale mal", "Soy un insensato, por eso me ocurren cosas así". En su vida todo iba mal. La situación cambió cuando hablamos acerca de las maldiciones auto impuestas. Él mismo estaba declarando fracaso y ruina en su vida, y eso era lo que obtenía.

Como él, muchísimas personas se maldicen a sí misma. Vienen a mi mente las palabras de quienes pedían la muerte del Señor Jesús, aún sabiendo que era inocente. Ante el gobernante de Jerusalén, no les importó maldecirse a sí mismos, como relata la Escritura: "Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos" (Mateo 27:24-25).

Es apenas natural que las consecuencias que obtuvieron no fueran para nada envidiables. Ellos se maldijeron a sí mismos. Igual ocurre con muchas personas hoy día. Por eso, para cortar la cadena de malas situaciones en su vida, declara victoria, sometido bajo el poder de Dios, y en obediencia a Él.

¿Hay forma de romper las maldiciones?

Con frecuencia, al término de conferencias, me preguntan si hay forma de romper con el enorme poder físico y espiritual de las maldiciones. La respuesta en todos los casos es un tajante sí. La propia Biblia nos enseña los pasos que se deben seguir:

"Cuando recibas todas estas bendiciones o sufras estas maldiciones de las que te he hablado, y las recuerdes en cualquier nación por donde el Señor tu Dios te haya dispersado; y cuando tú y tus hijos se vuelvan al Señor tu Dios y le obedezcan con todo el corazón y con toda el alma, tal como hoy te lo ordeno, entonces el Señor tu Dios restaurará tu buena fortuna y se compadecerá de ti. ¡Volverá a reunirte de todas las naciones por donde te haya dispersado! Aunque te encuentres desterrado en el lugar más distante de la tierra, desde allá el Señor tu Dios te traerá de vuelta, y volverá a reunirte. Te hará volver a la tierra que perteneció a tus antepasados, y tomarás posesión de ella. Te hará prosperar, y tendrás más descendientes que los que tuvieron tus antepasados. El Señor tu Dios quitará lo pagano que haya en tu corazón y en el de tus descendientes, para que lo ames con todo tu corazón y con toda tu alma, y así tengas vida. Además, el Señor tu Dios hará que todas estas maldiciones caigan sobre tus enemigos, los cuales te odian y persiguen" (Deuteronomio 30: 1-7 , Nueva Versión Internacional).

Los pasos, de acuerdo con lo que acabamos de leer en el pasaje bíblico, son muy sencillos pero eficaces:

a. Reconocer nuestro pecado y errores, que han desencadenado las maldiciones.

b. Pedir perdón a Dios por el pecado y las prácticas ocultistas en que hayamos incurrido.

c. Renunciar a toda atadura de maldición, bien sea desde generaciones pasadas o en nuestro presente, de tal manera que se rompa la cadena y tenga permanencia en el tiempo.

d. Volvernos a Dios, abriéndole las puertas de nuestro corazón, para que sea Él quien gobierne nuestro ser, en las dimensiones física y espiritual.

e. Caminar en consonancia con las pautas trazadas por Dios para nosotros a través de ese maravilloso libro que es la Biblia.

Por favor, considere que hay una hermosa promesa de nuestro amado Padre celestial y es que si andamos conforme a Su voluntad, seremos bendecidos en todos los órdenes: la vida espiritual, la familia, el trabajo, la economía, el desenvolvimiento secular y por supuesto, nuestro trabajo ministerial: "Entonces el Señor tu Dios te bendecirá con mucha prosperidad en todo el trabajo de tus manos y en el fruto de tu vientre, en las crías de tu ganado y en las cosechas de tus campos. El Señor se complacerá de nuevo en tu bienestar, así como se deleitó en la prosperidad de tus antepasados, siempre y cuando obedezcas al Señor tu Dios y cumplas sus mandamientos y preceptos, escritos en este libro de la ley, y te vuelvas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma" (Deuteronomio 30:9, 10. Nueva Versión Internacional).

Por favor, tome nota que todo parte de su decisión: prefiere seguir como hasta ahora atado por enfermedades, ruina, fracaso e incertidumbre, o quiere caminar en las bendiciones. Nuestro amado Dios dejó en sus manos el tomar la opción que quiera: "Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes" (Deuteronomio 30:19, Nueva Versión Internacional).

¿Ya se decidió por Jesucristo?

No podría terminar este Estudio Bíblico sin antes hacerle la mejor invitación que puede haber recibido jamás: recibir a Jesucristo en su corazón. Es muy sencillo. Puede hacerlo allí donde se encuentra. Basta que le diga: "Señor Jesús, reconozco que he pecado y que gracias a tu muerte en la cruz, no solo perdonaste mis pecados sino que me abriste las puertas a una nueva vida. Te recibo en mi corazón como único y suficiente Salvador. Haz de mí la persona que tú quieres que yo sea. Amén"

Puedo asegurarle que jamás se arrepentirá de esta decisión. Ahora tengo tres recomendaciones para usted. La primera, que comience a leer la Biblia, el libro más maravilloso que contiene principios sencillos y prácticos que nos ayudan a avanzar hacia el éxito y a afianzar nuestro crecimiento personal y espiritual; la segunda, que comience a congregarse en una iglesia cristiana, y la tercera, que a mi criterio es la más importante: haga de la oración un principio de vida. Orar es hablar con Dios. Él es nuestro Padre celestial y nos da la mano para crecer en Él.